La narrativa gótica o de terror es un género literario relacionado estrechamente con el de terror y subsumi
do en éste, al punto de que es difícil diferenciar uno del otro. No puede decirse, por tanto, que existiera la
novela de terror hasta la aparición del terror gótico; estrictamente hablando, la primera novela gótica fue
El castillo de Otranto (1765) de
Horace Walpole, y la última
Melmoth el errabundo (1815) de
Charles Maturin. Entre estos autores el género se desarrolló con obras como
Vathek de
William Beckford (
1786), originalmente en francés),
Los misterios de Udolfo de
Ann Radcliffe (1794),
Las aventuras de Caleb Williams de
William Godwin (Londres, 1794),
El Monje de
Matthew Lewis (1796) y
Manuscrito encontrado en Zaragoza de
Jan Potocki (1805).
Dentro del subgénero narrativo denominado
novela, es preciso distinguirla de la
narración popular fantástica del
folklore y de los
cuentos tradicionales de aparecidos, porque se desarrolla fundamentalmente desde fines del
siglo XVIII a la actualidad y posee características distintas asociadas al movimiento estético conocido como
Romanticismo. En algunos manuales de literatura se hace referencia a la novela gótica también como novela negra,
1 si bien este término puede dar lugar en la actualidad a equívocos.
Las características de este género pasan en primer lugar por una ambientación romántica: paisajes sombríos, bosques tenebrosos, ruinas medievales y castillos con sus respectivos sótanos, criptas y pasadizos bien poblados de fantasmas, ruidos nocturnos, cadenas, esqueletos, demonios... Personajes fascinantes, extraños e insólitos, grandes peligros y a menudo cándidas muchachas en apuros; los elementos sobrenaturales podían aparecer directamente o solamente ser sugeridos. Estas ubicaciones y personajes, en tiempo y espacio, respondían a la demanda de temas exóticos característica de la tendencia al
medievalismo, el
exotismo y el
orientalismo propia de la sensibilidad romántica.
En España cultivaron el género
José de Urcullu, traductor de Cuentos de duendes y aparecidos, Londres, 1825 y autor de los dos últimos de esa colección, "El manuscrito catalán" y "Padre en vida y testigo en muerte";
Agustín Pérez Zaragoza, traductor, refundidor y autor de los doce volúmenes de Galería fúnebre de espectros, aparecidos y sombras ensangrentadas, 1831.
Antonio Ros de Olano,
Gustavo Adolfo Bécquer, con sus Leyendas en prosa,
José Zorrilla, con sus
leyendas en verso,
Pascual Pérez y Rodríguez con su novela
La urna sangrienta, o El panteón de Scianella (1834) y algunas otras más,
José de Espronceda (El estudiante de Salamanca),
Miguel de los Santos Álvarez, y
Pedro Antonio de Alarcón con algunos de sus Cuentos.
Pese a que no existió un movimiento definido como en otras partes de Europa, diversos escritores rusos incursionaron también en el género aportando relatos que exhiben como tema principal las brujas, los hombres lobos y otros personajes oscuros, propios del folclore eslavo. El primer autor, y más prolífico, en dedicar su pluma a los relatos de terror es
Gógol, con algunos cuentos cortos como
Viy (que cuenta con más de una adaptación cinematográfica), La noche de San Juan, y La noche de mayo o la ahogada. Otros autores rusos que introdujeron historias de terror fueron,
Baratynski (El anillo),
Somov (El hombre lobo),
Karamzin (La isla de Bornholm) y
Lermontov (Stuss).
l adjetivo
gótico deriva de
godo, y, en efecto, en el contexto de este subgénero literario, gran parte de las historias trascurren en
castillos y
monasterios medievales. En sentido estricto, el
terror gótico fue una moda literaria, de origen fundamentalmente anglosajón, que se extendió desde finales del
siglo XVIII hasta finales del
siglo XIX, como reacción al
Racionalismo. En la
literatura de terror moderna los viejos arquetipos no desaparecieron totalmente.
El movimiento gótico surge en
Inglaterra a finales del
siglo XVIII. El renacimiento del gótico fue la expresión emocional, estética y filosófica que reaccionó contra el pensamiento dominante de la
Ilustración, según el cual la humanidad sería capaz, solo en uso de la Razón, de llegar a obtener el conocimiento verdadero y la felicidad y virtud perfectas; aunque el Romanticismo demostraría que tan insaciable apetito de conocimiento dejaba de lado la idea de que el miedo podía ser también sublime.
Las ideas de orden de la Ilustración van siendo relegadas y dan paso a la afición por el gótico en Inglaterra y así se va abriendo camino para la fundación de una escuela de este tipo de literatura, derivada de modelos alemanes.
Las narrativas góticas abundan entre
1765 y
1820, con la iconografía que nos es conocida: cementerios, páramos y castillos tenebrosos repletos de misterios, villanos infernales,
hombres lobo,
vampiros,
doppelgänger (transmutadores, o doble personalidad) y
demonios, etc..
Los ingredientes de este subgénero son
castillos embrujados,
criptas,
fantasmas o
monstruos, así como las tormentas y tempestades, la nocturnidad y el simple detalle truculento, todo ello surgido muchas veces de
leyendas populares. La obra fundadora del gótico es
El castillo de Otranto, de
Horace Walpole (
1765). Otras obras claves de esta corriente son
Vathek (
1786), de
William Beckford,
Los misterios de Udolfo (
1794), de
Ann Radcliffe,
El Monje, de
Matthew Lewis, publicada en
1796,
Melmoth el errabundo (1820), de
Charles Robert Maturin y
Manuscrito encontrado en Zaragoza de
Jan Potocki. El
Romanticismo exploró a fondo esta
literatura, casi siempre inspiradora de negredor de sentimientos morbosos y angustiantes, que alcanzó su máximo esplandor en el
siglo XIX, a impulsos del descubrimiento del juego mórbido con el inconsciente.
Aunque
Julio Verne cultivó sobre todo los géneros de aventuras y de la ciencia-ficción, existe una novela suya poco conocida que posee las características de la novela gótica:
El castillo de los Cárpatos. Dicha novela es considerada como una "rara avis" en la produción de Verne y suele considerarse como su única incursión en el género de la novela gótica, reuniendo todos los elementos que la caracterizan: un castillo tenebroso abandonado, una bella cantante de ópera supuestamente secuestrada por un malvado noble (el Barón Gortz), un héroe enamorado dispuesto a rescatarla hasta enloquecer, supersticiones populares sobre fantasmas y aparecidos, etc... Escrita cinco años antes que
Drácula comparte no pocos elementos con la obra de
Bram Stoker.
Obras de pleno siglo XIX, como
Carmilla de
Sheridan Le Fanu,
Frankenstein de
Mary Shelley, "
El corazón delator" de
Edgar Allan Poe, y, más adelante, "Janet, la del cuello torcido" de
R. L. Stevenson, "
El Horla" de
Guy de Maupassant,
Otra vuelta de tuerca de
Henry James, etc., puede decirse que superan ampliamente el terror gótico, pues o van más allá, o no reúnen las citadas características. Salvo en casos excepcionales, tienden al formato corto del cuento en menoscabo de la novela; no se recurre a las monjas ensangrentadas, ni son elementos necesarios los aullidos espectrales y los truenos, rayos y centellas de tormentas; no tienen por qué transcurrir en escenarios ruinosos, castillos y monasterios medievales; los fantasmas que presentan no están "encadenados"; apenas tienen que ver con leyendas populares... Por lo tanto pueden considerarse ya como obras plenamente representativas del terror moderno que alcanzará a nuestros días, si bien en este punto la opinión de los críticos está dividida.
En los relatos propiamente góticos se advierte un erotismo larvado y un amor por lo decadente y ruinoso. La depresión profunda, la angustia, la soledad, el amor enfermizo, aparecen en estos textos vinculados con lo oculto y lo sobrenatural. La mayoría de los autores sostiene que el gótico ha sido el padre del género de terror, que con posterioridad explotó el fenómeno del miedo con menor interés en los sentimientos de depresión, decadencia y exaltación de lo ruinoso y macabro que fueron el sello de la literatura
romántica goticista, y más énfasis en otros elementos.
Fueron también escritores de terror el romántico español
Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), quien incluyó en sus Leyendas algunos relatos de miedo muy meritorios como Maese Pérez, el Organista, El Miserere y El Monte de las Ánimas.
A fines del
siglo XIX,
Oscar Wilde tomó este subgénero con humor en su relato
El fantasma de Canterville.
Los cantos de Maldoror, de Isidore Ducasse -Conde de Lautréamont- es una obra considerada como precursora del surrealismo. No obstante, contiene elementos narrativos que permiten rastrear rasgos e influencias de obras como Melmoth el errabundo, según señala Marcelyn Pleynet en su estudio sobre Lautréamont. En el caso de maldoror, éste es presentado como un ser que mediante la metamorfosis acecha a los hombres. Maurice Blanchot y Gaston Bachelard analizan el bestiario de las formas animales adoptadas por Maldoror; éste suele denominarse a sí mismo con los apelativos de: "el vampiro", "aquel que no sabe llorar", "el montevideano", entre otros.
Ya en el siglo XX, la escritora estadounidense
Anne Rice, cuyas obras mezclan lo cotidiano con historias de
vampiros y de erotismo oscuro, ha tratado de revitalizar, temáticamente, el terror gótico.
H. P. Lovecraft, por su parte, lograría sintetizar en las primeras décadas del
siglo XX la tradición que partía de lo gótico con la
ciencia ficción contemporánea. Actualmente, muy de moda nuevamente por el cine, lo gótico ha sido rescatado por autores anglosajones (al menos en determinadas obras) como
Angela Carter,
P. McGrath,
A. S. Byatt, etc.
FUENTE: (http://es.wikipedia.org)