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viernes, 18 de julio de 2014

El vampiro en el siglo XXI



La última película del estadounidense Jim Jarmusch, Only Lovers Left Alive, podría pensarse por la declinación de la figura del vampiro y de sus ahijados históricos, los intelectuales, pero también en el cambio en la representación del mal, ahora en mano de los zombies -los humanos- y del complejo tecnocientífico, como puede apreciarse en los diálogos de los dos supervivientes, Adán y Eva, testigos del mundo que no termina de morir y de otro que no termina de nacer.







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Tratándose del creador de Death Man, no podía esperarse un producto del cine de género: con Tilda Swinton en el papel de Eva y Tom Hiddleston en el de Adán, retornan los nombres de la literatura y de otras artes que han hecho del mal una reflexión filosófica de alto vuelo: Christopher Marlowe, Goethe, Orson Welles, William Burroughs, Franz Schubert, Lord Byron, Edgar Allan Poe, Marcel Proust, Michel Basquiat, Franz Kafka, Nicola Tesla y Janis Joplin, entre otros.

Y Mark Twain, por supuesto, cuya sátira, Adán y Eva, la película parodia y homenajea. Pero como corresponde a la época, la estética es de los 80 del siglo pasado -cuando Jarmusch era joven- y las contrariedades que padecen los vampiros, son las de este tiempo: dificultades para conseguir sangre, sangre contaminada, depresión (la que padece Adán).

Marlowe, aquel dramaturgo del 1500, creador de Fausto, vive, como Eva, en Tánger, meca ochentosa si las hay, y funge de intermediario, hasta que un dealer lo traicione, cosa que ocurre después que Eva viaje a Detroit -meca del heavy metal contemporáneo- donde Adán padece una depresión brutal (piensa en suicidarse), justamente por el daño irreparable que los zombies, a su juicio, están haciendo a la lírica, las artes, el patrimonio histórico y los alimentos.

La aparición de la hermana de Eva complica tanto las cosas que los amantes decidirán volver a Tánger, donde Marlowe agoniza por una ingesta de sangre contaminada. Los ambientes son tan oscuros como susurrantes las voces, tórrido el goce que produce la sangre buena y gracioso es ver a un monstruo deprimido leyendo a Nietzsche y escuchando a Jimi Hendrix.

Este breve comentario nace de la curiosidad: ¿por qué a Jarmusch se le ocurre filmar una película de vampiros en un momento donde los vampiros están perfectamente encuadrados en el sistema publicitario contemporáneo? ¿Para contar una historia de amor? Sin dudas, entre condenados eso es lo que nace.

Pero, se conjetura, el estadounidense habla de tres épocas (o más, pero en sordina), las de su actuación pública, y para atrás, la de la invención del ángel negro y la del mal, ese insustancial imposible de domesticar ni con los exorcismos, y del cual viven los vampiros, compulsivos como a la búsqueda de una droga a la que inevitablemente volverán una y otra vez. Pero ese es el tiempo que se terminó.

El tiempo del zombie no es el del satanismo sino el del consumo de lo mensurable, incluso de lo prohibido, de objetos cargados de positividad (atravesamos el grado cero de la negatividad) aunque los performers se coman a niños crudos, siempre lo harán en ámbitos institucionales. Salvando las distancias, pareciera más difícil tener una experiencia de lo real ahora que hace veinticinco años.

El romanticismo de esa afirmación no es de Jim Jarmusch, pero algo dice que no la ignoraría, mientras mira en su computadora cómo se bombardean los zombies en Medio Oriente y en Ucrania.


FUENTE: ( www.telam.com.ar)

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