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viernes, 18 de julio de 2014

“No hay oráculo ni esfinge en este mundo porque eso equivaldría a pensar que estamos salvados”



En La débil mental, la escritora y guionista Ariana Harwicz pone a prueba la pasión por medio de la violencia del lenguaje, acaso para dejar en suspenso los efectos de una pulsión arrasadora, ausentándose de la trama y de otros arsenales retóricos que el mainstream global ha encontrado para intentar -sin éxito- normalizar el poder de la escritura.





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El libro, publicado por la editorial Mar Dulce, es una suerte de colección de estampas o de escenas desoladas o atroces que jamás pierde el lirismo de origen.

Harwicz nació en Buenos Aires en 1977; radicada en Francia, publicó Matate, amor (en Paradiso y Lengua de Trapo) y Tan intertextual que te desmayás (Contrabando).


Este es el diálogo que sostuvo con Télam.


T: La débil mental puede ser leído como un libro cruel, impiadoso, irónico, o como una historia de amor (no sé si existe algo más débil que el amor). Como sea, ¿por qué se te ocurrió ese personaje para decir lo que decís? ¿Podría decir otra clase de personaje decir lo que dice la débil mental?

H: Es una historia de amor. Cualquier adjetivo está de más. La débil mental puede que siga la tradición de los idiotas de la literatura, de la filosofía, demasiado imbécil por ser excepcional, mirada como la boba por ser superdotada. O el tópico de los encerrados que brillan desde la cárcel y provocan fascinación. Una fascinación religiosa. Este tipo de personajes dostoievskianos, o como los hermanos Claus y Lucas, iluminados en la más estricta oscuridad. Lo que me dice este personaje es que la pasión conduce a la hiperestesia.

T: Los protagonistas del libro no hablan. ¿Cómo relacionar esa estrategia retórica con la singularidad de cada uno de ellos, especialmente madre e hija?

H: Hablan mal, a destiempo, cortándose, cuestionándose, como cuando ella se pregunta al terminar él de hablar. ¿Qué dijo? ¿Por qué usa esa palabra y no otra? ¿Cómo saber cuál elegir? o la madre utiliza mal las frases hechas y ella la corrige, la corrige. Hablan como se tira una piedra, o se rompe de un tajo una boca, hablan como monos, como en sueños, como besándose, descreyendo del acto de hablar. Lo que pasa es que están en estado de aturdimiento, de turbación, es el mismo silogismo anterior; pasión, ergo.

T: En algún momento de la lectura, de fraseos exactos en situaciones límite, no se sabe quién es la madre, quién la hija. ¿Eso fue buscado? Lo pregunto porque en Matate amor también existe un efecto de rotación, no sé si de parentesco o de lugar.
H: Es verdad que existe ese efecto en ambas novelas. Como todo lo que puede deslizarse de la interpretación a posteriori del acto de escritura, me asombra por un lado y me parece natural, por otro. No calculé ese efecto mientras escribía, eso es sin duda lo extraño de escribir. Yo no estoy especulando con efectos literarios, el uso del lenguaje es producto únicamente de la naturaleza de los personajes. De sus pulsiones, en el sentido literal del término: una excitación interna que hay que suprimir o calmar. Una tensión, un brote. El hecho de que por momentos no se sepa quién es quién en el lenguaje tiene que ver con esa fusión que se da en el deseo. Entonces ellas juegan a ser una-la-otra, y yo no puedo sino reflejarlo en la escritura. Pero es culpa de ellas. El lenguaje es siempre un estado de guerra en el que hay que estar preparado.

T: Esta débil mental no es la representación de una autosuperación, de un oráculo que guardaría una verdad; no es la esfinge que esconde el sucio secretito, pero es brutal, y recuerda a cierto Osvaldo Lamborghini. ¿Qué pensás?

H: Me siento identificada cuando hablan de la escritura de Lamborghini desde una perspectiva más bien plástica. Cuando aluden a su violencia y a los recursos textuales, a su malditismo, en el sentido de encontrarse por fuera de ciertos estándares de los géneros. Eso espero de la literatura, eso espero de mi escritura. No concibo escribir sin subvertir, para qué, me parecería inútil. No hay oráculo ni esfinge en este mundo porque eso equivaldría a pensar que estamos salvados.

T: Finalmente, ¿es la deformación ideológica, mental, genética, etcétera, una cantera posible para hablar del mundo de hoy, su violencia, su malestar, sus cortocircuitos, su economía, sus impasses?

H: El deformado nace de un mundo atroz. El niño-anciano de la película rusa de Elem Klimov, Venga y Vea, cuenta mejor que nadie el delirio de la segunda guerra mundial. Klimov dijo pocos años antes de morir, He perdido el interés en hacer películas. Todo lo que era posible que yo hiciera, ya lo he hecho. Creo que hay que tratar de llegar a esa cima y después ya está.


FUENTE: ( http://www.telam.com.ar)

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