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jueves, 1 de enero de 2015

Una novela genial



A los suplementos literarios, y no sólo a los españoles, se les critica que "encuentran" una novela genial todas las semanas. Bueno, esta semana es verdad. La ninfa inconstante, de Guillermo Cabrera Infante, es una novela sencillamente genial. Es bella, es conmovedora, es profunda, es, voluntaria e inevitablemente, Literatura. Con mayúsculas.

Era un libro muy esperado, que ahora ya está aquí. Cabrera Infante, que escribía las novelas despacio, pero que no tenía la superstición de quienes no hablan de sus proyectos, anunció La ninfa inconstantedespués de la todavía inédita Cuerpos divinos, y antes de la también inédita El mapa hecho por un espía. Las cinco -con Tres Tristes Tigres yLa Habana para un infante difunto- cuentan en novela toda la experiencia cubana del escritor, que es la única experiencia que él consideró novelable. Su novela nunca dejó Cuba, pero toda ella fue escrita desde el recuerdo, desde el exilio. De hecho, las tres que conocemos ya, con las dos que faltan pero que aparecerán, constituyen una suerte de memorias, que estarían pegadas a su autobiografía si no levantaran el vuelo gracias a ese lenguaje prodigioso que hace que los libros vivan por sí mismos, más allá, y ahora literalmente, de la vida misma del escritor. Pero es que no se trata de la vida, que parodiando al propio Cain, en literatura siempre es "vida", sino de la memoria, que es la materia de la literatura, y el gran tema de esta ¿pentalogía?


La ninfa inconstante

Guillermo Cabrera Infante

Galaxia Gutenberg / Círculo

de Lectores. Barcelona, 2008

283 páginas. 21 euros

La ninfa inconstante narra la aventura sentimental de un crítico de cine y una adolescente, recorriendo La Habana. Ella huye de su casa, él de su matrimonio. Ella, Estela, es una casi niña, huraña, arisca y de rara belleza. Obstinada, con una ferocidad erótica y un desapego sentimental suicida, que, unidos a un notable analfabetismo, contrastan con la pasión un poco incomprensible de él y, desde luego, con su lenguaje, cultísimo, lleno de referencias, de latines y de ingleses. Así que La ninfa... cuenta una historia disimétrica. En la edad, en los sentimientos, en la conversación, y precisamente la conversación es la que hace la novela: memoria de las palabras pronunciadas, por él, y nunca entendidas por ella; de los viajes de antro en antro, de los actos. Y actos quiere decir actos, pero el sexo, con ser el único motor de la historia narrada, no es lo más importante de la novela. Tiene una presencia fría, casi ajena: yo diría que es un pretexto (y literalmente lo es) para justificar ese largo soliloquio contado rigurosamente en primera persona. ¿Qué piensa Estela, Estelita? Eso se lo pregunta el narrador protagonista antes, durante y después de su relación amorosa, llamémosle así. Y que no nos lo cuente, sino sólo sus palabras anticlimáticas, habla de ese rigor del escritor respecto a su trabajo, monumento autónomo de palabras, pero mirada dentro de los límites del conocimiento real. ¿Cómo saber qué piensa Estela?, ¿cómo saber qué piensa nadie más que uno? Pues si no se sabe, no se cuenta.

Si se cuenta lo que le pasa a uno: esa secuencia de enamoramiento, encoñamiento, celos, desilusión. Ah, la desilusión, tan presente en el recuerdo como el amor. El hastío. Y el final, que no es el olvido. Precisamente de este no olvido es de lo que trata la novela. Narrada por un sujeto que puede ser y es, sin disfraces innecesarios, el propio Cabrera Infante, el periodista de Carteles que fue, el autor juega constantemente con esa convención gracias a la cual podemos leer novelas: la verosimilitud. Sólo que introduce la duda sistemática, hipercrítica, metapoética, sobre los delgados límites entre lo que pasó realmente, lo que se recuerda, lo que se escribe. Y los silencios entre unos y otros. Y los referentes literarios. Es decir, lo que hay entre la biografía y la novela, y el constante cuestionamiento de las dos.

Vista desde la perspectiva de La Habana para un infante difunto y Tres Tristes Tigres, La ninfa inconstante cubre el espacio cronológico entre una y otra. Se sitúa, como los tigres, en La Habana anterior a la revolución, exactamente en 1957, aunque los "hechos" debieron suceder, según Miriam Gómez, un año antes. Y, cosas de la historia, al rigor de la primera persona y del protagonismo femenino, que la vuelve continuación directa de La Habana..., se añade ahora un mundo conversado que anuncia la coralidad de TTT. Lo anuncia, aunque, como La Habana..., haya sido escrita después. Cosa de la que Cabrera Infante es bien consciente. Las autorreferencias, las reflexiones en torno al propio texto en proceso, y a los demás, son continuas. Se trata de un mismo mundo. Se trata de un mismo hombre y de una misma ciudad.

Y efectivamente están aquí todas las obsesiones y todos los recursos del novelista. El plano de La Habana, que habla de esa voluntad de nombramiento, cargada de nostalgia. La música, sobre todo el bolero pero no sólo, que suena insistente, conforma los ritmos, se cita literal y oblicuamente, irónicamente. El cine, que es un oficio y un beneficio, una bendición, y que carga todas las cartas. Y la actitud del sujeto narrador. Ese humor que muchas veces es negro, esa especialísima manera de jugar con las confusiones y fusiones fonéticas, con los desplazamientos semánticos y los huecos en los que salta la chispa de la risa inteligente... El lenguaje, en fin, que es aquí, además de otras cosas, una frontera infranqueable entre los dos protagonistas de la historia -que hablan diferente: inevitable- y un puente de complicidad con el lector.

Decir que tiene muchos niveles de lectura ya no está de moda, pero los tiene. Y que tiene, intocable, un misterio final, en la profundidad. Habría que tener todas las referencias de que dispone el autor para poder comprenderla enteramente. Algunas, muchas, nos son asequibles. Otras no. Otras están en el secreto del creador, en sus vivencias, en sus fantasmas. Pero asomarse a ellas es un privilegio, porque se trata de una gran novela. Una novela genial.

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